En el 2011 publiqué, en este mismo espacio, algunas líneas bajo el título “Con mi primer hijo en la Feria del libro” motivado por la alegría de mi concurso en ese gran mar de papel en cual se ha convertido esta feria de encuentro entre edades y soledades. En ese instante, aproveché para decir unas cuantas cosas relacionadas con la instalación de las lógicas del mercado, donde al consumidor no se le ofrecen los mejores libros sino aquellos que, según las probabilidades, son los de mayor interés y compra de un público que anhela saciarse y espera desahuciarse.
Errante y en compañía de las masas, quedé suspendido de la nada, el ruido y los pabellones que, a lo largo de los años, han sido cómplices de la sed de dinero, reconocimiento y olvido. Hace algunos años en la Feria las rutas de acceso eran previsibles o al menos palpables, y la salida no era tan desconcertante, hoy los montones de habladurías y letras, invitan a retornar a las viejas ideas, al encuentro con el milagro, a complacer el morbo con las violencias del momento y del pasado. Me refiero explícitamente a que la Feria del Libro, tristemente, refleja solamente los récords de ventas, el paso de la muchedumbre y pierde incesantemente el valor como espacio de encuentro con la sabiduría, la inteligencia, el entendimiento.
P.D.: Una personita que amó sí que gozó la Feria del Libro.
Comentarios