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Las Facultades de Educación entre la calidad y el deterioro

Nuevamente el Ministerio de Educación Nacional (Colombia) arremete contra las denominadas “Facultades de Educación (FE)”, que son los escenarios donde se forman los maestros del país, teniendo en cuenta los últimos resultados de las pruebas Saber Pro con las cuales se mide el desempeño de los estudiantes universitarios y se evalúa, a su vez, la calidad de la educación superior. El acento puesto, ante la opinión pública, pone en evidencia cómo dichos resultados son producto, particularmente, de la baja calidad y pertinencia de la mayoría de los programas de licenciatura en el país. Son múltiples las opiniones frente a este tema, por lo que conviene hacer algunas precisiones que posibiliten poner la discusión en un lugar distinto al “señalamiento”. 

Para algunos miembros del gobierno, particularmente para el Viceministro de Educación,  la situación obedece a que los profesores de las FE, en su gran mayoría, no son de tiempo completo, cuentan con escasos estudios de posgrado y su producción académica e investigativa es incipiente. Estos factores son una realidad, debido, por ejemplo, a que el sistema universitario público adolece de un adecuado financiamiento por parte del Estado, que le permita atender con mayor contundencia los mismos. Por lo tanto, asuntos como la formación posgradual, casi por regla general, se cargan a los bolsillos de los profesores quienes, una vez obtienen sus titulaciones, emprenden la maratónica tarea de competir por las reducidas plazas docentes que son ofertadas por el sistema. A este ambiente, podemos agregarle los altos índices de corrupción interna en universidades públicas, donde los concursos docentes se maquillan de “públicos” cuando en verdad corresponden a una cultura propia de las mafias.

En relación con la escasa producción académica y/o investigativa, vale la pena resaltar que los profesores, al menos de las universidades públicas, deben enfrentarse a distintas situaciones que contribuyen a que esta actividad sea cada vez más “milagrosa”: a) Condiciones precarias para la investigación en términos de infraestructura, recursos económicos y capital humano, b) Presiones internas para atender no sólo los procesos de enseñanza y aprendizaje, sino, también, aquellos relacionados con la violencia, el consumo de drogas, etc., c) Atención a las disposiciones externas, en tanto el tiempo para investigar es exiguo, ya que las universidades deben cumplir la carta de navegación impuesta por el mercado tecno-económico, que se refleja en la búsqueda despiadada de la competencia, d) Investigar en educación se ha convertido en una suerte de “pasarela de talentos” en donde profesores de vieja data y sus asiduos “discípulos”, no comprenden que ésta se constituye en una responsabilidad social y no en una cuota para su status quo.

Varios expertos en educación coinciden, acerca de que los mencionados resultados de las pruebas Saber Pro de los licenciados en formación, obedecen a un currículo en educación que no corresponde con las realidades de la sociedad actual. Verdad en la que vale la pena resaltar que existen responsabilidades compartidas entre el gobierno y las FE. Sin embargo, pareciera que la discusión se reduce a una necesidad de reformar los planes de estudio, donde los contenidos estén más cercanos a los discursos científicos y tecnológicos. Este argumento de entrada se constituye en un condicionamiento del currículo, si se entiende éste como un entramado cultural, social, político y ético. Seguimos atados al contenido, a la competencia, al dogma y al mercado que, en su caballo apocalíptico, ha debilitado el pensamiento de los educadores a tal punto de que hoy, por ejemplo, se abren las puertas de la escuela al consumo tecnológico, al frenesí de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) y al pensar calculador de las ciencias. En síntesis, el espíritu reflexivo de muchos maestros, en nuestros días, parece que está en cuidados intensivos, y cercano a expirar. ¿Qué podemos pedirles, entonces, a nuestros estudiantes?

Por otra parte, es cierto que son precarios los niveles de bilingüismo, formación en ciencias y tecnologías de los futuros licenciados, asimismo su formación disciplinar es cuestionable en relación con las dosis de pedagogías a las cuales son expuestos en las FE. Sobre el particular, es sensato reconocer que varios programas académicos de Licenciatura, seguramente, han mejorado en este aspecto disciplinar, pero no lo suficiente para ofrecerle a la sociedad ciudadanos profesionales que sean capaces de superar la conducción de una clase y, por ende, trabajar sobre situaciones y problemas más cercanos a la realidad, a partir de lo cual se siembre en los estudiantes un pensamiento más crítico, reflexivo y constructivo.


Sobre lo anterior, parece que existe una deuda de los formadores de maestros en tanto su trabajo, con pedagogías pasadas y del momento, no han sido suficientes para brindar ese plus a los futuros licenciados, que les permita maniobrar inteligentemente en compañía de sus conocimientos disciplinares. Podemos atrevernos a decir, que los mencionados formadores de maestros han configurado una especie de escenario sectario en las FE, donde las malentendidas pedagogías han sido la cuota para la consolidación de la burocracia, la ampliación de la brecha de éstas en relación con las disciplinas, la pérdida de educar pero con buen ejemplo, el crecimiento de una burbuja que calla ante las realidades de un país y la consolidación de esa “pasarela de talentos”, referida al inicio, que poco le importa las necesidades de los niños y jóvenes en Colombia.


Para dar cierre, por ahora, a estas palabras, es un honor reconocer el trabajo de muchos maestros en este país que sueñan y, todavía, no han perdido la esperanza de contar con una mejor escuela en el futuro. Para aquellos que no se auto-proclaman sabios de la educación, se alejan de los feudos educativos y que luchan por la coherencia, es preciso poner la atención en medio de este mensaje que hoy se envía a la sociedad colombiana, producto de los resultados de las pruebas hechas a los futuros educadores del país. Tal vez en la sabiduría de estos maestros, encontremos las respuestas a muchos de los interrogantes que nos invaden en términos de lo que entendemos por calidad en lo educativo, que no es precisamente el producto de estándares externos, sino de ricas prácticas, experiencias y saberes educativos.


Finalmente, consideramos urgente comprender hasta qué punto para la sociedad colombiana es importante la formación de maestros, cuáles son las verdaderas motivaciones de los profesores para aportar al mejoramiento de la escuela, qué importancia tiene para el gobierno nacional las instituciones formadoras de maestros y, en general, cuál es el verdadero valor del maestro en la actualidad. Preguntas sobre las que si vale la pena dialogar sobre este tema, que pone en cuestión la calidad educativa de los maestros en formación y en evidencia el deterioro de las Facultades de Educación.


Artículo en simultánea en Archivo Pedagógico de Colombia

Comentarios

Anónimo dijo…
Hola

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