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Los villancicos, las fiestas, las luces, el mercado y el rebusque hacen su agosto en estos últimos días del año, donde pareciera que muchas cosas deben quedar escritas antes del 31 de diciembre, como si el no hacerlas debilitara el sentido, por ejemplo, de un abrazo, una palabra, un te quiero, un te amo. Nostalgias mil invaden paralelamente a la tan anhelada noche buena, la gente se agita, el alma se encoge, la mente se desquicia en esta danza con lo predispuesto, lo anticipado. Pasados los días muchos buscarán llenar o ampliar el vacío existencial, saldrán nuevamente a las calles no para reclamar su derecho a vivir dignamente, sino para reconocer el tiempo perdido, las cosas que no se hicieron, los sentimientos no entregados y, en últimas, para evidenciar cómo la vida se apaga lentamente en cada espacio transitado y en una sociedad que se sostiene indiferente a los sueños, al dolor, a la tragedia y el llanto de los otros.
Los rituales no se hacen esperar, las uvas, las velas y todo tipo de misticismos están a la orden del día, que llevan a todos estos y a esos otros que transitamos la ciudad, al abismo que yace fuera de lo tangible, a esa conexión que esperamos con el más allá porque al parecer este mundo nos quedó pequeño en su extensión, porque la ciudad ya no es nuestra debido a que nos fue arrebatada por la violencia, la política y las guerras contra los civiles que aún creemos que existe esperanza en el diálogo y la construcción conjunta de ideas. Cada uno a su manera prepara el libreto del desenlace de este año y levanta la mirada al firmamento para suspirar por un mejor mañana y por días de sol que pongan en cuarentena a la oscuridad.
Después del frenesí, la ebriedad y la indiferencia a la realidad que nos azota, muchos retornarán a la rutina, la cotidianidad, a las distintas búsquedas, a saciar el deseo, a recordar la fragilidad humana. Otros mientras tanto se encontrarán preparando la cámara de tortura en que se ha convertido la ciudad y la sociedad, para lograr sus intereses, dominar y doblegar los espíritus. Muchos otros en la periferia de ciudades como la nuestra, seguirán anhelando un paseo en el próximo año por el centro de la ciudad, despojarse de alguna manera del exilio que les ha generado la pobreza a manos del capitalismo salvaje.
Los niños seguirán llorando, los adultos gimiendo y unos pocos continuarán decapitando los sueños, debilitando las oportunidades que se ciernen, por ejemplo, en lo educativo. Sobre el particular, quisiera elevar infinitas oraciones esperando respuesta del otro lado o más bien en el aquí que, poco a poco, se ha ido desvaneciendo producto de la simultaneidad del espacio y el tiempo que hoy se nos acerca con un aparente relieve, pero con marcada ausencia de profundidad y esencia. Me refiero a que las ilusiones de las cifras de todo tipo que van acompañadas de políticas poco pertinentes, innegablemente levantarán el trono de la bestia de varias cabezas, que anunció el apocalipsis, la cual seguramente adorarán las mayorías y otros resistiremos debido a que consideraremos que el milagro no puede estar por encima de la realidad. Permítaseme aclarar que los milagros que emanarán de la boca de dicha bestia, no necesariamente mejorarán las condiciones de vida y existencia de los niños y jóvenes del mañana, sino que contribuirán al encarcelamiento del pensamiento y de los millones de sueños, que hoy en navidad y mañana en el año venidero, se levantaran con el ánimo de construir, hacer valer la diferencia y movilizar las ideas como el camino más contundente para apartar los fanatismos de la doctrina y el poder.
No sólo para el año que viene sino para los años venideros, deseo a mi familia, mis amigos y todos los que trabajamos comprometidamente con lo educativo, que retornemos a los lugares que se nos han arrebatado y que nos han obligado a refugiarnos en nuestros miedos, que recobremos la confianza y el amor en lo que hacemos, que la conciencia despierte de ese largo sueño establecido por la búsqueda del dinero, que recobremos el diálogo con el viejo, el desposeído, el olvidado, que defendamos nuestra amada escuela pero con la inteligencia.
Espero levantarme el día de mañana en un mundo donde prime el respeto por la dignidad humana, donde los niños y jóvenes no sean presa más del mercado y de los estándares estéticos y mediáticos, donde la sabiduría de los más viejos esté al servicio de los que posiblemente ocupemos su lugar en el futuro, donde la ciudad vuelva a estar en los confines del alma y no solamente en la virtualidad, donde las calles nuevamente me permitan caminar y vivir, donde la educación sea un tesoro de derecho para todos, incluidos aquellos de las periferias que, como lo mencioné inicialmente, anhelan conocer esos espacios que hoy son olvido para muchos.
Agradezco a todos aquellos que me han acompañado con su lectura y mensajes en este año, ya que son ustedes quienes me motivan en los años venideros a continuar escribiendo y compartiendo recónditos y sentidos pensamientos.
¡Reciban de mi parte un fuerte abrazo!
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Un abrazo y los mejores deseos de salud, paz y éxitos en este nuevo 2012, al calor de los que ama y le aman...