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Ciudadanos o exterminadores

En estos días de extrema incertidumbre, marcada violencia, sentido abandono y anacrónico afán, tuve la oportunidad, interesado nuevamente en los temas de filosofía, de apreciar en amplitud la vida de Michel Serres (1930) -filósofo e historiador de las ciencias y miembro de la Academia Europea de Ciencias y Artes, entidad cuyo propósito es el de contribuir a la unidad de Europa con la atención especial a su historia, lenguas, tradiciones y cultura-. Aclaro que la idea de este escrito no es rezar la vida de Serres, sino más bien a partir de la inspiración dejada por éste, discutir y reflexionar acerca de la preocupación por el actuar humano. Deseo que la lectura de estas líneas se haga libre de prejuicios y que sobre las mismas notemos el llamado esencial realizado hace siglos por las artes y la filosofía del cuidado del universo del hombre.

Es importante para iniciar, aproximarnos a los conceptos de “ciudadano” y “exterminador” en diálogo directo con el concepto de “mundo”. De este modo, la palabra “ciudadano”, como adjetivo, se refiere a lo natural, vecino o perteneciente a la ciudad. Como nombre masculino dicha palabra significa habitante de Estados modernos donde como sujeto con derechos políticos los ejercita para intervenir en el gobierno de un país y en las decisiones propias de una comunidad. Por su parte, el término “exterminador” proviene de la palabra exterminar, verbo transitivo, que significa acabar del todo con algo, desolar, devastar, echar fuera de los términos, desterrar.

El término “mundo” describe el conjunto de todas las cosas creadas, el planeta en que habitamos, la totalidad de los hombres, la naturaleza, el cosmos, lo místico o Divino, en el cual nos deleitamos sin la presencia de la ciencia y la tecnología. En este gran universo que encierra el concepto de mundo, se erigen tanto los exterminadores como los ciudadanos del mundo, y da la impresión de que cada vez es mayor el dominio del exterminio dado que tiene varias caras y formas que se despliegan con la intención de afectar prácticamente a todas las instituciones, espacios y formas de ser. En síntesis, “ser ciudadano del mundo” implica cuidado, autocontrol, responsabilidad, respeto, amor por los otros: humanos, naturaleza, cosmos, lo místico y lo Divino. Así, ser exterminador del mundo, obviamente, sería todo lo contrario.

Comprendamos que el mundo actual no es el mismo de antes de la era de la industrialización, la llegada de la primera bomba atómica, entre otros acontecimientos, ya que precisamente el mundo moderno, a diferencia del mundo artesanal o pre-técnico, considera a la naturaleza, al cosmos, a las cosas e incluso al hombre como una fuente inagotable de recursos de todo tipo que hay que explotar sin ningún tipo de contemplación, debido a que asistimos a un orbe donde la acumulación, la garantía de existencias y la explotación son términos que hacen parte de la conducta y esencia humana. 

Para ejemplarizar un poco, y atendiendo a la sabiduría Heideggeriana, en el pasado la tierra estaba destinada para el cuidado y el dejar crecer, así el labrador no interfería en el transcurrir y el florecer de la cosecha, lo cual implicaba respetar el curso del río, el rocío, el sol y en general de las condiciones en las cuales se daba esa otra parte del mundo: cosmos, naturaleza, cosas.

Cosa contraria acontece en la era contemporánea donde el cultivo ya no es visto desde el libre florecer, sino desde la visión de explotación, la industria motorizada del cultivo, a tal punto que el hombre interviene y decide el tiempo en que la tierra debe brindar el resultado que se espera: grandes cultivos en el menor tiempo posible para garantizar el consumo. Cultivar pasó del cuidado a una actividad de explotación reduciendo el esfuerzo, pero desencadenando las fuerzas de la naturaleza de lo cual ya estamos viendo sus estragos los cuales, según el pensamiento de las mayorías, sólo recae en cómo la naturaleza se agota o en general las condiciones sanas del medio ambiente. Llamo la atención en este punto, ya que el estrago probablemente va más allá en tanto la humanidad, el mundo, el cosmos y lo místico están en franco peligro. En lo que sigue quisiera referirme a algunos de los espacios que hacen parte del universo de lo humano, para evidenciar hasta qué punto la escuela tiene algún tipo de responsabilidad.


En relación con lo que llamamos “Naturaleza” una de las quejas más conocidas por todos es cómo, consecuencia de la industrialización sin medida, el hombre se encuentra en riesgo de acabar, entre otras cosas, con las fuentes hídricas, ecosistemas y su ambiente natural. La alerta general de parte de ambientalistas, científicos y todo tipo de interesados se centra en revelar a la humanidad la manera en que el actuar humano ha puesto en riesgo el equilibrio del globo a tal punto que, por ejemplo, zonas como el Ártico están en un proceso acelerado de deshielo debido a las altas emisiones de carbono orgánico de industrias, el inmenso parque automotor y todo tipo de productos tecnológicos. Entre las consecuencias más importantes de este fenómeno está el que las personas que dependen de los ecosistemas del Ártico se vean obligados a emigrar a otras latitudes donde obviamente ni social ni culturalmente encajarán de entrada, así mismo los expertos prevén que producto del mencionado deshielo las aguas del mar aumentarán considerablemente lo cual generará sin duda una reacción en cadena en todo el sistema natural mundial.


Según lo descrito una de las preguntas que puede hacerse está relacionada con si la escuela cumple, positiva o negativamente, con alguna función en términos de la mencionada defensa o abandono de la naturaleza. A mi parecer nuestra querida escuela tiene un valor sustancial NO en la medida de preparar personas para que aporten a soluciones en el ámbito de lo medio ambiental, pero sí en la manera de formar individuos responsables que estén en la capacidad de comprender primeramente la importancia de cuidar y conservar los distintos recursos naturales que tiene en su entorno inmediato, y posteriormente intervenir en los espacios de decisión política para dejar el eco suficiente.


Precisamente en estos días en Bogotá conocí dos proyectos que sensibilizan al estudiantado en términos del cuidado de los recursos hídricos y la fauna. Más allá de los productos presentados por los maestros lo impactante fue encontrar estudiantes involucrados y comprometidos acerca de la mejor manera de destinar el agua, por ejemplo, cuya actitud ha beneficiado indiscutiblemente a la comunidad educativa en términos de ahorro, conservación y uso racional de la misma. Ello se corrobora en cierto modo con la proyección que se tiene de trasladar tal experiencia a otros colegios y revisar hasta qué punto se puede desarrollar en el hogar.


Tal vez la experiencia llegue hasta ahí y que no genere otros desarrollos en el futuro, pero de algo en que si se puede estar seguro es que la modificación de la conducta de profesores y estudiantes, se constituye en un primer paso, con la necesidad obviamente de ir más allá en términos de tocar a los organismos de dirección, dado que es desalentadora la idea apocalíptica en la cual los combustibles definan nuestra existencia, los productos de la tierra sean un cuento de ayer y en la que los niños acaricien la naturaleza a través de una pantalla o motivados por la imaginación. Por ello, el respeto a la naturaleza radica en dejarla florecer, a lo cual alguno dirá que no sirve de mucho dado que otros deciden el destino de nuestro futuro lo cual es cierto en parte, pero notemos que no hace mucho en Santander la comunidad unida bajo un mismo sentir en defensa del Páramo de Santurbán dilató las intenciones de explotación de oro por parte de una multinacional extranjera con el beneplácito del gobierno, así logró poner en jaque la decisión del Ministerio de Ambiente para otorgar la correspondiente licencia de aprovechamiento de los recursos allí existentes.


En cuanto a lo “Místico o Divino” asistimos a una escalada de fanatismos, incredulidades y falta de sentido ético. Es desesperanzador encontrar cómo las sociedades se deterioran a partir de la pérdida de valores fundamentales como el respeto, la misericordia y el amor por los otros, lo cual se evidencia en los altos niveles de violencia, corrupción y decidía que acompañan el orgullo de los hombres. En cada rincón, calle, avenida, ciudad, hogar y espacio, hay alguien que está intentando aportar a esta ola de decadencia a su vez como se encuentran otros que, invisiblemente, demuestran que si es posible hacer las cosas de manera distinta y que no hay necesidad de enlodar la existencia humana. Fíjense que hasta el momento me he referido a lo “Místico o Divino” en términos del actuar y de la existencia y en ningún momento hago alusión a religiones u otro tipo de rituales que buscan respuesta en el más allá. Aclaro que no estoy en contra de este tipo de búsquedas, ya que precisamente el reclamo actual por muchos es la ausencia de principios que regulen el actuar de manera responsable con los otros y que, al parecer, se encarnan en este tipo de desarrollos litúrgicos.


Filósofos, científicos, pensadores y demás personas que han tenido la posibilidad de profundizar en el conocimiento de diverso tipo, casi siempre han terminado creyendo en algo o al menos con la nostalgia, como le pasa a Serres dado que se considera en la actualidad como un impío místico. El reconocer que la naturaleza, el cosmos y todo lo que no está al alcance del pensamiento científico y tecnológico es producto de fuerzas o energías superiores, le brinda al hombre cierto sentido de cordura en sus modos de actuar. El señorío del hombre en el mundo moderno considero lo enceguece en la medida en que considera que aquello que no atraviesa por el dominio de la razón, termina siendo materia descartable. En esto ha tenido que ver bastante la manera en que el conocimiento técnico considera al mundo como almacén desde donde es posible explotar sin límites. Conservar el mundo es cosa del pasado para este conocimiento, ya que el hombre se interesa en dominar todo lo que está a su alcance incluso con la desfachatez de anhelar el dominio de aquello que es parte de lo místico y lo Divino: el transcurrir del mundo, el universo, lo biológico, lo humano…


El conocimiento científico ha puesto su parte en este “deseo” dado que ha permeado a todas las instituciones, incluida la escuela, por lo que hoy es casi impensable un mundo que no esté medido y valorado desde la óptica de la ciencia. Para no extender más el asunto, la escuela cada vez más se aleja de lo místico y lo Divino, gracias a la instauración de la razón científica y tecnológica, lo cual pone en cierta crisis la construcción de valores y principios con los cuales los jóvenes del futuro puedan tomar decisiones responsables, considerar la carencia de los otros, vivir en medio de la diferencia, asentir las ideas opuestas y, en general, dignificar a la humanidad. La ausencia de estos principios rectores en la actualidad hace que la podredumbre en nuestros colegios y universidades flote por montones y como diría un amigo “la juventud se desperdicie en los jóvenes”.


Lo descrito me permite referirme a lo “Humano”. Particularmente, me referiré a la manera en que el actuar del hombre ha deteriorado su condición como humano, es decir como ser que cuenta con un lugar de privilegio, más no de dominio, en el planeta, la naturaleza y por qué no el cosmos. La barbarie al parecer todavía no cede pasados más de dos mil años de historia, así, por ejemplo, nuestros líderes bajo la lógica del poder económico, político y el control de la vida, están dispuestos a definir el destino de las mayorías y repetir una historia plagada de asesinatos, genocidios y violaciones de todo tipo. Tal es la ceguera humana que la vida se constituye en mercancía administrable, los sueños son sólo eso sueños de pocos, y, peor aún, las ideas tienden más a ser malas que buenas.


No vayamos muy lejos y encontramos que la escuela asiste a cierta degradación de lo humano: a) Administradores educativos comprometidos con la causa política, desangrando los recursos del Estado, pidiendo un porcentaje por debajo de la mesa, asediando a los profesores comprometidos, pero poco preocupados por los sueños y necesidades de la comunidad educativa; b) Profesores preocupados por su ascenso salarial, recitando y depositando información a sus estudiantes, afanados por el reconocimiento académico y económico, vendidos a las condiciones del sistema estatal, consolidando los monopolios del conocimiento, y, en general, ausentes de las realidades y sentidos de la práctica pedagógica; c) Estudiantes, orbitando en el alcohol y las drogas, instrumentalizando el deseo, pervirtiendo los espacios escolares, fusilando el intelecto tempranamente, persistiendo en la errancia, y, en últimas, haciendo poco honor a sus padres y familiares que de alguna manera han puesto en ellos sus esperanzas.


En contraposición a estos hombres que nos deshonran, encontramos otros que dignifican lo humano con su actuar: a) Administradores educativos que piensan la política en términos de ennoblecimiento de la sociedad y no como conveniencia a la norma y el requisito, aportando al mejoramiento de las condiciones de docentes, niños y jóvenes, ejerciendo la toma de decisión en consonancia con las realidades externas e internas, procurando espacios educativos más abiertos y democráticos; b) Profesores preocupados por lo que van a enseñar y cómo lo van a hacer, tocados por las necesidades y sueños de sus estudiantes, responsables de su deber misional e institucional, comprometidos con los asuntos políticos que se dan dentro y fuera de la institución escolar, amantes de sus estudiantes y de la labor docente, motivados por la ética, no por la codicia, como principio rector; c) Estudiantes enviciados por los libros y el aprendizaje, haciendo del deseo un ritual de respeto y responsabilidad con los otros, dignificando los espacios escolares con sus voces y actuaciones, reconociendo y preservado el intelecto de otros, despojados de las doctrinas que enceguecen y nublan la conciencia, y, en definitiva, personas que con su caminar motivan a seguir luchando a profesores, padres, administradores educativos y dirigentes comprometidos con los asuntos educativos.


Después de este recorrido lo más sensato sería preguntarnos honestamente en lo personal si somos ciudadanos o exterminadores.

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